Un día cualquiera me levanté feliz y contenta, de hecho, sentía una satisfacción extraña y todo lo encontraba positivo, no tenía motivos especiales para despertar así, pero tenía esa sensación. Al irme al instituto mi imaginación empezó a volar y mis recuerdos felices (además de los más "sabrosos" por decirlo de alguna manera) comenzaron a cobrar matices, reflejándose completamente en mi rostro con esas miradas perdidas y risas repentinas que se me escapaban espontáneamente. En esos lapsus de reencontrarme con la realidad lo que me chocó, fue ver la cara de todos los pasajeros del metro mirándome con cara de idiotas y poco menos cuestionándose de por qué alguien reia, cuando todos tenían la misma cara larga y la nube gris detrás, como si la vida fuese un hoyo negro lleno de problemas y responsabilidades al momento de dirigirse a sus distintas actividades, mientras yo, cambié la percepción de mi comienzo de semana con actitud positiva y buenas vibras... Aquellas instancias, esos tiempos muertos antes de hacer cualquier cosa o actividad del día, debería ser cuando nos conectamos con nosotros mismos para reflejar así una imagen distinta y contagiosa para los demás, por supuesto, sin ser cínicos ni pretender que la vida es color de rosa y perfecta, sino que nuestros propios momentos alegres, valen la pena revivirlos, repasarlos y repensarlos...