domingo, 14 de junio de 2009

M O M

Díganme loca o lo que quieran, pero la sensasión que experimenté anoche, fue la más inexplicable y maravillosa que me ha sucedido este último tiempo.

Ni siquiera sé cómo llegué ahí, pero me veía con una enorme barriga. Sí, estaba embarazada; me encontraba justo en el momento de dar a luz. Lo irónico, me encontraba sola en una habitación que se suponía era mi casa. Todos se habían ido, yo no sabía qué hacer, solo actúe instintivamente y di a luz. Ahí estaba mi chiquitita (fue contradictorio, ya que siempre he querido un niño). La bebé más hermosa que había visto en mi vida, más obvio, era mi pequeña hija. No puedo explicar con palabras ese revoltijo de sensaciones que me inundaban.

Era una mamá temerosa, pero feliz, cuando la vi por primera vez sentí que la amaba aún más, fue como si los rayos de sol penetraran en mis huesos, como si las partículas de aire se volviesen visibles, como si el amor se personificara.

Mi bebita no lloraba, sólo veía paz en su carita, era hermosa, su piel blanca y sus cabellos negros, lo que más llamó mi atención fueron sus largas pestañas. Y lo más increíble, fueron sus ojos pardos que me miraban reconociéndome, conectándose conmigo.

Yo le hablaba y le cantaba, sentía que estaba completa como mujer, una pequeña parte de mí se materializó, fue magia, un milagro tangible; sentir ese profundo amor, ese regocijo, esa esperanza... mi hijita, la luz de mis ojos, mis expectativas a futuro, mi camino y mi vida...

Luego abrí los ojos y me encontré en mi habitación, con una paz y una alegría fuera de lo común, y con una sonrisa que permaneció todo el día en mí.

Pudo haber sido un sueño, pero sé que te conocí, sé que nos volveremos a encontrar más adelante, para así jamás separarme de ti, mi pequeño trocito de vida, mi hijita, pronto iré a tu encuentro...

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